En 1579, menos de 40 años después de la llegada de los conquistadores españoles, se fundó el Monasterio de Santa Catalina de Siena en Arequipa. Desde su origen, el monasterio ha sido testigo silencioso de la historia, pero en 1970, gracias a la visión y tenacidad de un hombre clave, abrió sus puertas al mundo y se convirtió en un importante atractivo turístico y cultural. Este hombre fue don Eduardo Bedoya Forga, un polifacético empresario arequipeño que dedicó años de su vida a hacer realidad la restauración y apertura de este emblemático lugar, convirtiéndose en una pieza fundamental para su conservación.
La historia de esta restauración comienza después de los devastadores terremotos de 1958 y 1960 que afectaron a Arequipa. En ese contexto, se formó la Junta de Rehabilitación y Desarrollo de Arequipa, un esfuerzo comunitario para restaurar los monumentos dañados. Sin embargo, los planes no incluyeron al Monasterio de Santa Catalina debido a la falta de recursos. Fue entonces cuando Bedoya, quien formaba parte del comité ejecutivo de la junta, decidió tomar la iniciativa. Consciente de la magnitud del proyecto y del valor cultural del monasterio, comenzó a gestionar el financiamiento y las autorizaciones necesarias para restaurar la «joya colonial», como la denominó en su libro Puerta abierta entre dos mundos.
Convencido de que el proyecto era posible, Bedoya superó diversos obstáculos y presentó su propuesta a instituciones y personas clave que podrían apoyarlo. Su persistencia dio frutos cuando, gracias al apoyo de empresarios y ciudadanos arequipeños comprometidos con la preservación de su patrimonio, se logró financiar la restauración de Santa Catalina sin la intervención del Estado. Este logro marcó un hito, ya que el monasterio fue el primer monumento restaurado completamente con fondos privados.
Conservación
La restauración comenzó en 1969 bajo la dirección de la empresa Inara, propiedad de Bedoya, y se ejecutó con el máximo respeto por la autenticidad arquitectónica del monasterio. El equipo de trabajo, compuesto por más de 200 personas, incluyó albañiles, carpinteros, herreros y otros oficios especializados. Los trabajos siguieron rigurosamente las pautas de la Carta de Venecia, que establece los principios para la conservación de monumentos históricos, lo que permitió que la restauración se realizara sin alteraciones importantes. En paralelo, se construyó una nueva zona de clausura para las religiosas, mejorando su calidad de vida y haciendo del monasterio un lugar que sigue cumpliendo su misión original.
Actualidad
Hoy en día, el Monasterio de Santa Catalina no solo es un sitio turístico de renombre, sino un verdadero centro cultural. Con sus 20,000 metros cuadrados de extensión, las calles, plazas y celdas del monasterio han sido escenario de eventos culturales como exposiciones, conciertos y recitales, lo que ha acercado aún más el patrimonio histórico a la comunidad. Su singularidad, como el único monasterio con ciudadela en el mundo, lo ha convertido en un lugar único, reconocido internacionalmente. No solo fue declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO, sino que también fue incluido en la lista de los 100 sitios históricos más importantes a nivel mundial por el World Monument Fund (WMF).